Todos sabemos que el asesoramiento está estrechamente relacionado con aspectos curriculares, organizativos y de desarrollo profesional (definición de propósitos del centro, estilos de enseñanza, currículum oculto, prácticas de evaluación, reglas y rituales), pero muy pocos sabemos lo que todo este entramado de elementos significa. Un/a asesor/a no podrá asesorar hasta que esté inmerso en la cultura institucional del centro y tenga acceso a los procesos de enseñanza-aprendizaje que se lleven a cabo. De hecho, para poder asesorar a un centro y a sus profesores será necesario conocer la realidad que engloba a ese centro, así como sus necesidades y posibilidades de mejora.
Asimismo, el asesoramiento no es una experiencia que podamos vivir en solitario, sino todo lo contrario: implica afrontar con fundamento la mejora de la educación y supone “trabajar juntos a lo largo de un fascinante proceso de autorrevisión de las diferentes dimensiones organizativas y curriculares del centro” (Moreno Olmedilla, 2004).
Por tanto, para que esta experiencia sea efectiva y real, se ha de de resituar la labor del asesor/a en nuevos escenarios más dialécticos -de colaboración y negociación- y se han de asumir papeles más próximos al aula y al profesorado. Para lograrlo, nos encontramos con una serie de niveles de actuación hacia los que deberemos dirigir nuestra labor. Éstos son, según Moreno (1999) y Bolívar (2000):
En definitiva, la definición y concreción de estos tres niveles de actuación, nos recuerda que también han de existir unas dimensiones específicas que todo asesor/a debe conocer y en las que ha de trabajar. Sólo así podrá llegar a realizar una labor efectiva, y al fin y al cabo, real.